
Por: Wilmer Fernández, director de Cutivalú
Estamos en Semana Santa, un tiempo de reflexión no solo sobre nuestra vida religiosa, sino también sobre nuestra vida política, social y comunitaria. Los evangelios que conocemos nos muestran a un Jesús histórico que representó al Dios de la vida, al Dios que se puso del lado de los pobres y marginados, de las mujeres marginadas violentadas por una cultura patriarcal y machista, de los enfermos/as discriminados por su condición de salud y de los niños/as invisibilizados en una sociedad donde solo los hombres adultos eran reconocidos.
Jesús fue un hombre de fe, un líder del pueblo que cuestionó las injusticias provenientes tanto de la religión como de las autoridades políticas. Denunció los abusos e injusticias cometidas contra quienes no tenían poder alguno. Su brutal, irracional e injusta muerte en la cruz fue consecuencia de su vida y su mensaje transformador, que desafiaba el sistema religioso y político de su época. Sin embargo, su resurrección dejó un poderoso mensaje para toda la humanidad: el bien siempre triunfa sobre el mal. Ese es el mensaje de Dios para todos: la justicia, tarde o temprano, siempre prevalece.
«Su resurrección dejó un poderoso mensaje para toda la humanidad: el bien siempre triunfa sobre el mal. Ése es el mensaje de Dios para todos: la justicia, tarde o temprano, siempre prevalece»
Hoy, el pueblo peruano vive su propio vía crucis, un interminable Viernes Santo. La inseguridad siembra diariamente muerte, miedo y dolor en las calles del país. La pobreza y el hambre aumentan el número de niños con desnutrición crónica o anemia. La violencia contra las mujeres se intensifica bajo un Congreso que promueve discursos de odio con políticas conservadoras. Las niñas siguen siendo raptadas por redes criminales para ser explotadas aquí y en el extranjero como si fueran mercancías. Las comunidades indígenas y campesinas pierden sus tierras y ven morir a sus líderes debido a leyes que favorecen la criminalidad organizada y la impunidad. En este gobierno se asesina o se persigue a quienes conocen las irregularidades cometidas por las actuales autoridades.
Mientras tanto, las y los peruanos pierden sus vidas bajo la mirada indiferente de políticos corruptos. La población clama en marchas que el Estado proteja sus vidas, pero recibe respuestas frías e insensibles: la presidenta Dina Boluarte afirma que no es su responsabilidad protegerlos; congresistas exmilitares sugieren blindar sus vehículos si no quieren ser asesinados.
«El pueblo despreciado es el Jesús crucificado; Dina Boluarte y sus ministros son los Pilatos que tienen el poder para actuar pero se lavan las manos; las y los congresistas son como las autoridades religiosas del Sanedrín, que prefieren salvar a los delincuentes, mientras castigan al pueblo inocente»
Hoy, el pueblo peruano es el crucificado; sus verdugos son los delincuentes, las organizaciones criminales y los políticos del Poder Ejecutivo y del Congreso. Cada personaje del Evangelio encuentra eco en nuestro contexto actual: hay víctimas y verdugos. Los hombres y mujeres asesinados sin justicia representan al Jesús crucificado; el pueblo despreciado es el Jesús crucificado; Dina Boluarte y sus ministros son los Pilatos que tienen el poder para actuar pero se lavan las manos; las y los congresistas son como las autoridades religiosas del Sanedrín, que prefieren salvar a los delincuentes que se parecen a ellos mientras castigan al pueblo inocente.
Si la historia de Jesús hubiera terminado en el Viernes Santo, podríamos decir que los malos ganaron. Pero no fue así. Jesús resucitó para demostrar que la justicia, el amor y la fraternidad siempre vencerán.
«El primer castigo será no ser elegidos nunca más para ningún cargo público. El segundo castigo será enfrentar la justicia por sus delitos y terminar en prisión«
Ese es el mensaje para nuestros políticos en esta Semana Santa: el bien siempre se sobrepone a la maldad. Todas las políticas y leyes contrarias a los derechos humanos; todas las normas que favorecen la impunidad; todas las muertes causadas por balas del Estado; todos los actos de corrupción; todas las mentiras dirigidas al pueblo; todo desprecio por la vida de los peruanos tendrá su fin.
El primer castigo será no ser elegidos nunca más para ningún cargo público. El segundo castigo será enfrentar la justicia por sus delitos y terminar en prisión. El bien y la justicia siempre triunfarán sobre el mal. Reconstruiremos nuestra nación como lo hemos hecho antes.