La trata de personas, el delito que se normaliza e invisibiliza

Por: Mgtr. Ortelia Valladolid Bran, coordinadora del proyecto «Mujeres trabajando por la igualdad»

La trata de personas es un delito muy grave, considerado como la forma moderna de esclavitud que despoja a los seres humanos de sus derechos y les priva de su dignidad. La trata de personas es un problema mundial, al que ningún país es inmune. Conforme al Protocolo de Palermo (principal instrumento internacional para la lucha contra la trata de personas), la trata de personas se comete para las finalidades de explotación sexual, explotación laboral, trabajo forzoso, mendicidad, servidumbre y tráfico de órganos y tejidos humanos.

En nuestra región Piura, según la Fiscalía Especializada en Delitos de Trata de Personas en lo que va del año son 59 casos, de los cuales son 70 víctimas y de estas 39 son menores de edad y la gran mayoría mujeres. Asu vez la División Especializada de trata de personas de la PNP, manifiesta que las modalidades más frecuentes son como:  damas de compañía de bares y cantinas, prostitución en hoteles.

Asimismo, explican que los distritos de explotación más recurrentes son Paita, Sechura, Las Lomas, Tambogrande, La Unión, Castilla, siendo las víctimas en su mayoría peruanas, colombianas y venezolanas.

El delito de trata de personas tiene 3 factores muy grandes como causas vinculadas a favorecer escenarios para este flagelo, siendo el número uno: la corrupción, más aún ahora que nuestro país vive una crisis política donde este delito se evidencia e involucra a quienes tienen el deber de proteger a las personas, pero que más bien lucran con la vida humana.

El número 2, es la informalidad en varios sectores como, por ejemplo: transportes, migraciones, servicios turísticos, entre otros, que por falta de fiscalización y control hacen y deshacen con el bienestar de la gente, especialmente con las personas menores de edad, se usan como fachada y no pasa nada; y, el numero 3 es la cultura machista que sigue viendo a las mujeres como objetos sexuales y sin derechos a oportunidades de crecimiento personal y social.

En ese contexto, este delito se normaliza y se invisibiliza cada vez más. Vemos a niñas “trabajando”, digo trabajando, ellas deben estar estudiando, pero están ahí con permisos de sus familiares o cuidadores en bares y cantinas con ropas diminutas. Así también personas mendigando en las calles, especialmente niñas, niños, personas con discapacidad desmejoradas, porque con mucha probabilidad que ni siquiera están comiendo, toda vez que resulta mejor para generar más ingresos; servidumbre con horas y horas de trabajo y sin salarios, entre otros. Ya no nos llama la atención…

También debo mencionar que existen niñas y niños que están llevando objetos caros a la casa y les están aceptando ¿Qué pasa? A caso están vendiendo a sus hijas e hijos: “Una profesora me comentaba que una alumna no asistía a clases y llevaba celular caro, el cabello pintado, ropa de marca y con posibilidad de que estaba llegando drogada, llamó a sus familiares, me refirió, y cuando por fin llegaron y se entrevistaron con ella, solo miraron a la niña y le dijeron que en la casa conversarían y que ellos desconocían todo”, es triste saber de estos comportamientos ponen en riesgo al presente y futuro de nuestro País a vista y paciencia de todas y todos.

En Piura, la segunda región más poblada del País después de Lima, menos del 15% de población conoce que existe este delito, principal causa que permite el crecimiento de la captación, tránsito y destino de este delito.

Desde la Comisión Regional Contra la Trata de Personas se hacen esfuerzos, pero desde luego falta compromiso político que se traduzca en presupuesto, acciones y voluntades. Desde la intervención que tenemos como Cutivalú hacemos esfuerzos y se está mitigando, realmente asumimos con esmero la lucha; sin embargo, Piura es grande y siendo este un crimen muy bien organizado se necesitan recursos humanos inteligentes, infraestructura y toda la logística para las acciones de prevención, atención, persecución y reintegración de las personas sobrevivientes.

Sigamos contribuyendo al logro del sueño de tener familias, escuelas y comunidades donde nos veamos como personas, para que nosotros y nuestra descendencia camine libre y sin miedo.